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Creer en la técnica

Creer en la técnica

Decía Gabi que debíamos confiar en la técnica. Es algo que nos cuesta. ¿Por qué? A veces, porque podemos demostrar ­y requetedemostrar algo y lo hacemos; otras porque nos empeñamos en añadir complejidad para evitar la reconstrucción por parte del espectador; y otras por culpabilidad, ya que no acabamos de creernos que lo que estamos haciendo vaya a colar.

 

Yo tengo dos casos concretos con los que me lancé a este vacío de confiar ciegamente en la técnica. Uno era un efecto que empezaba por forzar un número a un espectador. El método constaba de varias fases: primero, forzaba un número usando unas cartas, del As al Cinco de Corazones (que llevaba listo para la versión de las cartas capicúa); y después usaba unas instrucciones para cambiar el número de forma aparentemente aleatoria, pero que debían llevar al número final deseado. Hice el juego varias veces ante público, y varias veces, a pesar del empeño que ponía en dejarlo claro, los espectadores se liaban. Me empecé a desesperar. 

 

Pero entonces, cuando iba a dejar de hacer el juego, caí en la cuenta. Si el primer número es forzado, y me creo que el forzaje funciona –de hecho, si el espectador pensara que ese número está forzado, la segunda parte no le haría pensar lo contrario, seguiría pensando que le estoy guiando–, ¿por qué añadir otro paso? Desde entonces solo fuerzo el primer número, llego antes a la premisa del juego, no hay fallos, y funciona genial. Tal vez yo me explicaba mal, no lo sé, pero me hizo ver que había una parte prescindible e innecesaria que de hecho alargaba la presentación y podía confundir. 

 

El segundo juego es El Ascensor de Vernon y Bruce Cervon. Este juego tiene muchos puntos en los que se puede meter acciones de continuidad aparente ascaniana. Juntando diferentes versiones que me vienen a la cabeza, cuento cuatro o cinco. La cuenta Elmsley, tras mostrar el Tres, no la cuento como tal porque, aunque también sustenta la continuidad, es una técnica necesaria para el método. 

 

Estas serían: mostrar el Tres en la dejada inicial de las rojas sobre la mesa, mostrar el Dos al recolocar las cartas, lo mismo con el Cuatro, y mostrar la carta superior de último paquete como negra, antes justo de la subida del Cinco de Corazones (de la última versión de Gabi). 


Creo que el juego es tan bueno, y está tan bien hilado en sí mismo, que hacer todas las acciones de continuidad va en detrimento del propio efecto. De hecho, creo que funciona genial sin necesidad de meter ninguna. Es como la guinda del pastel. Igual que no podemos poner las guindas de cualquier manera ni sin medida, no podemos meter estas acciones de cualquier manera. Si el espectador cree sin lugar a dudas que el Cuatro está donde está, ¿por qué enseñarlo si cambia el ritmo del efecto? Emborrona la experiencia. Así que si nos creemos la potencia de la técnica, confiemos en ella.

 

Tiene que ser orgánico, en todos los sentidos. Adaptarse al público, a las circunstancias, no apelotonarse en un momento del efecto y luego nada, etc. De hecho, poder hacer unos días una, otros dos y otros ninguna, crea unos patrones muy positivos para el mago, ya que unas veces puede mostrar un Tres por aquí, o un Cuatro por allá, o no mostrar nada… porque total, le da igual que eso sea un Tres y lo otro un Cuatro. Todo nuestro ser de mago construye el efecto desde el conocimiento de que esas acciones son posibles y eso amplía la verosimilitud del acto, sin necesidad de mostrarlos. Del mismo modo que la confianza en la técnica nos relaja.



Willy Quintana-Lacaci



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