Curso de Magia Tarbell Vol. 4

978-84-15058-04-5
42,00€
Año de Edición: 2013
Traducción: Iñaki Caballero
520 págs.
Encuadernación: cartoné
Formato: 25cmx18cm

Volumen IV
(Lecciones 47 a 59)

Entre todos aquellos que pertenecen a las diversas sociedades mágicas del mundo no habrá nadie que no haya aprendido en una u otra ocasión algún juego del Dr. Tarbell. Hay muchos para quienes toda su profesión se basa en lo aprendido en el Curso Tarbell, ese vasto almacén de conocimientos mágicos, esmeradamente ilustrados con gran detalle, con un texto claro, transparente, escrito en un lenguaje tan sencillo que los estudiantes pueden realizar los juegos casi nada más leerlos. El doctor Tarbell tenía dos dones innatos que encajaron a la perfección con la destreza que luego adquirió como mago: dibujaba como un ángel, y escribía con asombrosa claridad.

Él, en solitario, fue capaz de dar con un sistema que permitiera a los magos, tanto principiantes como veteranos, aprender de forma rápida y fácil.

Quizá nunca le hayas conocido personalmente, aunque era tan fiel a la familia mágica que rara vez dejó de asistir a cualquier congreso nacional o local, a cualquier reunión del clan. Cuando te encontrabas con él por primera vez, veías a un pequeño Will Rogers, el actor, delgado, fibroso, de metro setenta y seis de altura, sin sobrepasar nunca los sesenta kilos, de mirada penetrante, de palabra fácil, un poco nervioso e inquieto, amable con todos, de trato agradable, y muy asequible.

El doctor Tarbell no pertenece sólo a su generación. Será conocido como el mejor profesor de magia de la historia. El hombre que dictó las normas y actuó conforme a ellas.
Lección 47: Novedades mágicas 
Telegrama florido. Milbourne Christopher
Papel flash
La servilleta flamante. Milbourne Christopher
Producción instantánea de flores. Carlyle
Producción improvisada de cigarrillos. Bert Easley
Mangas humeantes. Arnold Belais
Vaso hidrostático improvisado. Jos Scherer
Congelador mental
Líquido ingrávido. John Isley
Manantial de agua en un vaso de papel
Agua en el sombrero
Tránsito de agua y vaso. Sam Berland
El charlatán del jabón
El álbum de sellos
El álbum de sellos de O’Dell. Dell O’Dell
Álbum de estrellas. John Booth
Cuchillo y papelitos
Koko y el cubo saltarín
La corbata cortada y recompuesta
El conejo que cambia de color. Jack Gwynne 

Lección 48: Dedales mágicos
Rutina de dieciséis dedales
Ejercicios preliminares con dedales
1. Empalme a la italiana de un dedal
2. El dorso-palma con un dedal
3. Aparición de un dedal
4. Transferencia de empalmes
Rutina con dedales
5. Desaparición lenta de un dedal en la mano
6. Escondido en el dedo medio
7. Aparición de un dedal en la palma izquierda vacía
8. Desaparición al tirar
9. Producción desde el empalme a la italiana
10. Desaparición por lanzamiento
11. Cambio de color «dos en uno»
12. Vuelta al color original
13. Desaparición Pollice verso
14. Cambio de color por transferencia
15. Desaparición en la cabeza
16. Desaparición en la boca
17. Un dedal salta de una mano a otra
18. Un dedal salta de lado a lado
Índice esquemático de las fases de la rutina
El sueño del avaro con dedales
Algunas interesantes desapariciones de dedales 

Lección 49: Agujas y cuchillas tragadas
El misterio de las agujas
Las cuchillas de afeitar enhebradas
Una idea de John Booth 

Lección 50: Cartomagia especial
La serpiente mocosa. Kolma-Tarbell
Pintaje relámpago. Karl Germain
La carta en la corbata. Harlan Tarbell
La carta «matarile»
La carta que asoma. Joe Berg
Cartas disparadas
La carta saltarina. Audley Walsh
La baraja revólver. Richard Himber
El molinete. Audley Walsh
Molinete para largas distancias. Audley Walsh
La Reina que flota. Joe Karson
Desaparición «estilo jaula» de una carta. Joe Karson
La carta disparada. John Prince Mendes 

Lección 51: Novedades en cartas ascendentes
Cartas ascendentes en un sobre. Versión moderna
Las cartas encantadas y el sobre desencantado
Cartas embrujadas ascendentes en un sobre
Los marca páginas misteriosos o las cartas que ascienden desde un libro
Un libro y una carta
Las cartas que ascienden atravesando el sombrero
Las cartas que salen del sombrero
La casita encantada de las cartas ascendentes. Harlan Tarbell 

Lección 52: Cartas viajeras
Las cartas viajeras
Las cartas viajeras de Tarbell
El viaje de tres cartas elegidas
Cartas viajeras y sobres
Las cartas viajeras de Wilder. Harry Wilder
Cartas sobre-pasadas. Hen Fetsch
Barcos que surcan la noche. Raymond L. Beebe
Transposición de rojas y negras
Cartas por la manga
Cartas por la manga. Método 2 - En el hombro 

Lección 53: Misterios psíquicos y mentales
Trascendental test del libro. Richard Himbert
Doble k.o.«Hen» Fetsch
Nuevo test con pizarras. Gen Grant
Respuesta a la plegaria de un mentalista. Eddie Clever
Comunicación mental a distancia
La predicción del yogui
Rápida transferencia mental
Magnífica predicción
Imágenes telepáticas
Telepatía «en solitario»
La bola de cristal adivina en versión moderna
Lectura mental Excélsior
La baraja telepática
El papel psíquico
Los muy vivos y los muy muertos
Golpecitos de lápiz. Ralph Read 

Lección 54: Los pulgares atados
Los pulgares atados de Ten Ichi
Los pulgares atados de Ten Ichi, modernizados
Pulgares atados clase extra
Los pulgares atados de Chow Sen
Los pulgares atados de Frank Ducrot
Los pulgares atados de Jack Miller
Los pulgares atados simplificados de Tarbell
Los pulgares atados «Li Ling» de Tarbell
Los pulgares atados con cinta, de Tarbell
Los pulgares atados chinos, de Tarbell
Los pulgares atados con una goma. Mel Forrester 

Lección 55: Los aros chinos
Rutina de emergencia. Herman L. Weber
Los aros rodantes. Jack Miller
La cuenta de aros «Odín». Tommy Dowd
Floritura rodando el aro. Tommy Dowd 

Lección 56: Magia con cintas
Cinta cortada y recompuesta
El misterio de la carta en la cinta
El billete en la cinta
La cinta fantasmagórica. Douglas Dexter
Comunicado espiritista
La cinta errante
Los anillos de boda del Rey Salomón
Cinta cortada y recompuesta «directa al grano» 

Lección 57: Magia de lujo con pañuelos
Pañuelos Siglo Veinte. Carlyle
Pañuelos Siglo Veinte de Al Baker
Los pañuelos simpáticos de Al Baker
Un gigante extraordinario
El pañuelo anudado de Jack Miller
El pañuelo penetrante
Las cuerdas de Phantasia
Despliegue instantáneo de un pañuelo
Aparición relámpago de un pañuelo
Aparición de un pañuelo a una sola mano. Carlyle
Producción de múltiples pañuelos. Carlyle 

Lección 58: Magia con pizarras
La escritura en la doble pizarra
Dos mensajes en las pizarras
Cómo forzar dos mensajes
El método de Al Baker para forzar el papelito
Escritura en dos pizarras numeradas
Pizarra doble muy sencilla
Escritura en una sola pizarra
Transferencia a una sola pizarra
Un mensaje visible
Máscara abisagrada de doble retén. Harry Dobrin
Doble mensaje. Larsen & Wright
Rutina con pizarras. Jack Miller
Escritura en múltiples pizarras. Roger Barkann 

Lección 59: Ilusiones de Fu Manchu
Un mensaje espeluznante. Walter Gibson
Mensaje en un papel
La lespuesta apalece en la pizala
Tiza blanca de muchos colores
Surgida de la luz. David Bamberg
La magia, al igual que otras artes y ciencias, está en continuo crecimiento, y cada año encuentra nuevos y mejores sistemas para hacer cosas que estén a la altura de este mundo de progresos. Nunca somos demasiado viejos para aprender. Como el famoso novelista Opie Read solía decirme, «hoy sabremos algo que no sabíamos ayer, y mañana sabremos algo que no sabemos hoy».
La experiencia es una gran maestra: aprendemos mucho en las actuaciones, observando las reacciones del público. Cortamos algunas partes, añadimos otras, hasta estar seguros de que obtendremos una buena respuesta. Aprendemos al asociarnos con magos creativos, intercambiando secretos y efectos. Nos reunimos en las tiendas de magia y coincidimos con otros interesados en la magia, y discutimos con ellos cierta maniobra o determinado juego. Esto ocurre especialmente en grandes ciudades, como Nueva York, Filadelfia, Boston, Chicago, Detroit, Los Ángeles y San Francisco.
Este Curso de Magia llega hasta las bases fundamentales de la magia moderna. Algunos profesionales me han comentado que cada una de las Lecciones de este Curso equivale por sí sola a un libro completo. Y es cierto en muchas de las Lecciones, debido a las variadas presentaciones y a los diversos métodos que se explican para realizar determinados juegos. Eso te posibilita elegir el método que mejor te va, y además disponer de material del que poder echar mano en situaciones de emergencia. La variedad de métodos te brinda la oportunidad de preparar programas diferentes a los de tus colegas. La verdad es que sería un gran error si todos hiciésemos el mismo juego de la misma manera. Una docena de magos tendrían que ser capaces de aparecer en un mismo espectáculo sin que ninguno de sus juegos se repitiera.
Ocasionalmente los magos profesionales se cuestionarán si es aconsejable incluir material de tanto valor práctico en este Curso, que se vende tanto a aficionados como a artistas que viven de la magia. Les parece que los secretos deberían estar accesibles sólo para aquellos que se ganan la vida como ilusionistas. Pero es en la esfera de los aficionados donde han surgido los profesionales; no sabemos de ningún artista que haya empezado desde arriba. Y los profesionales han ganado mucho con ello, y todavía se aprovechan de los nuevos juegos, efectos y rutinas que continuamente están ideando las mentes de los ambiciosos aficionados. Hay grandes artistas entre los aficionados, entre los semiprofesionales y entre los que viven exclusivamente de la magia, y no hay razón alguna para que existan celos profesionales entre ellos.
El mayor enemigo de la Magia es la presentación poco agraciada de sus misterios. Un espectáculo de magia que resulte pobre puede echar por tierra las posibilidades de que se contrate a magos diestros que aspiran a conseguir esos contratos. Pero un buen show, ese que la gente elogia, allana el camino para otro. Conque vamos a empeñarnos en que nuestra magia sea algo artístico, y que las charlas con las que acompañamos los juegos sean dichas en un buen castellano.
ÉTICA ENTRE MAGOS.
Hay un concepto que quiero inculcar a los estudiantes, y es la importancia de llevarse bien con los otros magos y conseguir su amistad. En muchas ocasiones basta un detallito para caer bien o para caer mal. Algunos, en su afán por saber cómo funciona determinado truco, o por su deseo de adquirir importancia ante los ojos de otros, meten la pata y se hacen desagradables. Cualquier mago podría facilitar una lista de los pelmazos que consiguen irritarle.
Algo que algunos deberían aprender, es a respetar siempre el material ajeno. Algunos aficionados no dudan en meterse entre bastidores donde está listo el equipo de un ilusionista profesional, y ponerse a revolver los aparatos, examinarlos para ver cómo funcionan, llegando incluso a inutilizarlos. Si el ilusionista recriminara a un individuo así, este le respondería: «Pero es que yo también soy mago». Desgraciadamente desconoce que uno de los preceptos básicos de todo buen mago es: «Nunca toques nada del equipo de un ilusionista, pues todo el material tiene un emplazamiento determinado y una estudiada preparación».
Una vez, Frakson tenía un aparato listo para su número y un aficionado se acercó y aflojó una de las tuercas, sólo para mirar qué había dentro. Como resultado de su atrevimiento se dispararon unos muelles muy delicados y se rompieron, y su reparación costó a Frakson ciento veinticinco dólares. Tuvo que enviarlo a Europa para reconstruirlo, y durante varias semanas no pudo presentar ese juego en su espectáculo.
Alguien que toquetea de ese modo cosas privadas nos recuerda a esa persona que viene de visita a nuestra casa y, cuando ve que no estás mirándole, abre tus armarios y tus cajones para curiosear lo que tienes en ellos. No toques los aparatos de otro mago a menos que tengas un permiso especial. Puede tener secretos que no quiere que se conozcan, y está en su derecho de que así sea.
En una ocasión tuve una experiencia muy desagradable. Acababa de actuar en una matinée de un conocido parvulario. Se había cerrado el telón y yo pasé al proscenio para saludar a algunos amigos que habían venido a ver el show. De repente oí un ruido en bastidores y descorrí un poco el telón para ver qué había ocurrido. Había una mujer entregando mis aparatos a los niños.
—Señora, ¿qué está usted haciendo? –le pregunté.
—Ah –me respondió–, pues estoy regalando estos aparatos a los niños. Usted ya no los necesita ¿verdad? Ya ha terminado su espectáculo. Me ha parecido que a los niños les gustaría tenerlos.
Bajé corriendo a la sala y fui recuperando aquí y allá todo el equipo. ¿Qué puede hacer uno con una mujer así? La gente que se cuela entre bastidores –especialmente en los auditorios– para enredar con los aparatos y así enterarse de dónde estaba escondido el conejo, es una auténtica plaga.
Otro personaje impopular es ese que conoce unos pocos juegos y es el primero en salir a escena cuando el mago solicita un ayudante. En su carrera hacia el escenario puede llegar a tropezar o derribar a un par de personas, con tal de hacerse notar. He visto a algunos de ellos hacer muecas, pasarse de listo, incluso sacar del bolsillo un juego y ponerse a hacerlo en escena. Los magos prefieren como ayudantes a gente del público que sepan poco o nada sobre magia. Son los que se asombran y reaccionan de manera más natural. Si un mago tuviera dificultades para conseguir un ayudante entre el público y a ti te parece aconsejable subir a echarle una mano, sé educado y compórtate como lo haría un caballero voluntarioso. Es al mago a quien corresponde liderar el espectáculo; el ayudante del público es un mero incidente.
Una buena manera de resultar antipático, no sólo para el mago sino también para el público, es hablar en voz alta durante la actuación y explicar a los de al lado cómo se hacen los trucos (?). Debido a su complejo de inferioridad, esas personas necesitan demostrar su importancia, y creen que rebajando la de otros la suya será mayor, por contraste. El público se ofende con esas explicaciones, pues el ciudadano medio, como mi amigo Ashton Stevens, prefieren creer que el mago realiza milagros. Es el misterio y el asombro lo que divierte. Echa por tierra el misterio y pasarás a ser un aguafiestas. Elbert Hubbard dijo una vez:
—Es mejor mantener la boca cerrada y ser quizá tomado por tonto, que abrirla y despejar toda duda.
Está ese tipo que se planta en el vestíbulo del teatro en los entreactos, o al final del show y se pone a hacer juegos, diciendo que él sabe más que el mago que está actuando en el escenario. Para demostrar su sabiduría, intenta explicar cómo ha hecho el mago sus juegos.
—Son fáciles. Nada del otro mundo.
¿Por qué se meten en terrenos ajenos? El mago paga por usar el teatro, o le han pagado por actuar en él. Ese otro personaje debería alquilar su propia sala. Cuando Dorny (W. C. Dornfield) se topa con algún supuesto mago dedicado a menospreciar el trabajo del ilusionista que actúa en el teatro, suele encararse a él diciéndole:
—Sí, claro, pero él está trabajando, y usted no.
Cuando un mago viene a la ciudad para actuar ante un grupo privado y cerrado, en el que no se admiten visitantes no invitados, siempre hay algún tipo que, en su afán por ver el espectáculo, intenta colarse, aunque tenga que entrar por la ventana de atrás o derribar la puerta de entrada. No duda en hacer lo que sea para colarse en la fiesta. Beberá los licores que se sirvan, se comerá los bocadillos y discrepará con todo lo que el mago explique en privado a los que están a su alrededor.
—¿Mentalismo? –dice–. Nada de eso. No hay telepatía. Usa trampas. ¿Qué quieren decir ustedes con que Fulanito es un gran mago? ¿Por qué no pone los pies en la tierra?
Debes respetar las reglas que impongan los organizadores. Si no se admiten invitados será por alguna razón, y al comité le resultará embarazoso tener que echar a la calle a una persona ajena a la organización. El mago es un invitado de honor, y los socios lo quieren en exclusiva para ellos. La presencia de otro mago, o de alguien que cree serlo, sólo puede interferir en sus planes, y hacer que todo resulte incómodo. Recuerda siempre que hay cosas que un caballero debe hacer, y otras que no debe.
Ese mismo individuo puede insistir en ver el espectáculo desde los bastidores, y en el momento crítico asomar su cabeza por el telón de fondo para mirar desde atrás qué está haciendo el mago. O subirse al telar para verlo todo desde arriba. Algunos aficionados se ofenden si un ilusionista no les permite quedarse en bastidores mientras él realiza su número. Si se lo prohíbe, el aficionado irá por ahí diciendo que el mago es un vanidoso, un snob, y otros calificativos que no se pueden publicar. Recuerda por favor que el escenario pertenece en exclusiva al mago; ningún visitante tiene derecho a estar allí a menos que haya sido invitado personalmente por el artista.
Si alguien pretende ganarse la antipatía de un comité organizador basta con escribirles una carta diciéndoles que el mago contratado es una porquería, que le pagan demasiado, y que el firmante es mucho mejor que él, y además cobra la mitad. Así, cuando el comité contrate a un conferenciante o a un artista y considere que la elección ha sido afortunada, opinará que las críticas recibidas eran inadecuadas, y se sentirán agraviados por ellas. Si quieres quedar mal con una organización y lograr que no te contraten nunca, escríbeles una carta menospreciando al mago que han contratado. Además, el encargado del espectáculo suele entregar ese tipo de cartas al propio artista contratado. Cuánto mejor sería para otro mago, aficionado o profesional, escribir una carta bonita al comité organizador agradeciéndoles el haber traído un mago a la ciudad para complacer al público deseoso de ver magia. Respetando las decisiones de los organizadores se ganará su benevolencia.
Un mago fue contratado en muy buenas condiciones económicas para actuar con objetivos comerciales en una ciudad del este de los EE.UU. Al encontrarse con él en el tren, el presidente le comentó que la organización había intentado promocionar el espectáculo ofreciendo previamente un almuerzo a un grupo de aficionados y semiprofesionales de la localidad. Y así se había hecho, pero –según le manifestó el presidente– el grupo dejó por los suelos al ilusionista invitado: explicaron sus trucos, hablaron de las trampas que usaba en las cuerdas, revelaron el secreto de su número de mentalismo, etcétera. El mago comentó:
—Espero que no se tomara usted en serio a los muchachos; les suele gustar dar todo tipo de explicaciones falsas de los trucos, sólo por divertirse.
—Se equivoca –replicó el maestro de ceremonias–; lo hicieron muy en serio. Es más, dijeron que no podían entender por qué le pagábamos a usted tanto, cuando ellos podían ofrecernos un espectáculo mucho mejor por muchísimo menos dinero.
—Bueno –continuó el mago–, espere usted a ver mi espectáculo. Si no queda satisfecho al cien por cien, si cree de verdad que realizo mis juegos tal y como explicaron esos chicos, y si el público no queda complacido además de asombrado, no le cobraré un céntimo por mi trabajo.
Post Data: Quedaron todos maravillados, pagaron al artista todo su caché y prometieron solemnemente que nunca iban a contratar a ninguno de los magos locales para ningún evento con el que la organización tuviera relación.
Te costará creer que pueda haber ocurrido algo así, pero Bruce Elliot tiene la prueba. En una ocasión escribió a cierto mago semiprofesional pidiéndole informes sobre el espectáculo de un ilusionista que había sido contratado para actuar en su ciudad. El informe que recibió Elliot aseguraba que el mago no sólo era mediocre, sino que su número era muy lento, sus efectos de mentalismo aburridos, es decir, que el mago contratado era de todo menos bueno. Unos días más tarde Bruce recibió un telegrama que decía: «No publiques lo que escribí recientemente sobre ese mago. Acabo de ver su espectáculo y es magnífico. La ciudad entera se ha rendido a sus pies». Cuando Bruce Elliot le preguntó a qué se debía entonces el primer informe, el semiprofesional replicó que a la sazón no había visto el espectáculo, pero había oído a un par de magos aficionados decir que no era bueno, que era demasiado lento, etcétera. Así que la moraleja es que no debes creer ni la mitad de lo que oyes, ni prestar atención a los cuatro octavos restantes.
Un mago en busca de publicidad visita la redacción de un periódico, pero se encuentra con una fría acogida. Luego descubre que el editor solicitó en cierta ocasión a uno de los magos de la ciudad su opinión sobre un mago que actuaba en la ciudad, y la rivalidad llevó a aquel tipo a revelar los secretos de los juegos principales del mago, señalando dónde había que buscar la trampa, etc. Un comportamiento innoble, nada deportivo. De haber jugado limpio, se hubiera conseguido una publicidad excelente tanto para uno como para otro.
La divulgación de nuestros secretos en periódicos y revistas ha sido objeto de controversia durante algún tiempo. Algunos magos han dado a la prensa esos artículos para obtener publicidad a cambio de revelar secretos de otros ilusionistas, no los suyos propios. Si alguien explicara sus trucos, sus protestas se oirían por todas partes. Pero los juegos de los colegas se reducen a ser «meros caprichitos sin importancia, y sin ningún valor mágico». Todo depende de quién es el perjudicado. De algunos tipos de artículos sobre magia se supone que estimulan el interés, pero el descubrimiento incontrolado de los juegos fundamentales no es bueno para nadie. La solución a este dilema la establece el pundonor: «Este juego lo hago yo. ¿Me parece bien que se divulgue a los cuatro vientos, que miles de lectores conozcan su secreto?»
Otro personaje penoso a los ojos de los magos profesionales es aquel que quiere pases de acceso a los bastidores para él y para sus amigos. El mago está ahí para generar beneficios, y no para controlar las finanzas de la empresa. Cada pase que él regala lo tiene que abonar en dinero contante y sonante, o descontarlo de su caché. Los aficionados a menudo se acercan a la taquilla y piden entradas gratis.
—Soy mago –suele decir el típico amateur– y muy amigo del ilusionista que va a actuar.
Con frecuencia, el mago ni siquiera conoce a ese tipo. Los organizadores contratan a un mago para ganar dinero, imaginando que gran parte de las entradas las adquieren los aficionados al ilusionismo que desean ver el espectáculo. Las entradas están para ser vendidas, no para ser regaladas.
Durante años he intentado regalar a mi buen amigo Nicola pases de favor para mis espectáculos, pero él siempre insiste en comprar sus entradas en la taquilla como el resto de los «paganos». Sé lo que siente Nicola porque también yo acostumbro a pagar mis localidades. Kellar decía que nunca le había gustado actuar en lugares donde no hubiera al menos cincuenta magos aficionados, porque daba por hecho que además de comprar entradas para ellos, también las compraban para sus amigos y familiares.
Otra violación del código ético de la magia consiste en ver a un ilusionista de éxito presentar un número novedoso y original e inmediatamente copiárselo íntegramente: juegos, vestuario y charla. Eso no es sino un robo. Se puede apostar a que el imitador presentará un número muy pero que muy inferior, y cobrará la décima parte que el creador del original.
Y está el que roba el nombre de otro, pues algunos no sólo roban juegos, sino también el nombre o el pseudónimo del artista que triunfa. Me ha ocurrido a mí. Un profesional que habitualmente actúa en escuelas, intentaba vender su número a un instituto de enseñanza media, pero el director lo rechazó comentando que un tipo llamado Tarbell había presentado allí su número hacía un mes, y fue tan horroroso que ya no querían volver a oír hablar de magia. Ese profesional me conocía, y se vio impulsado a hacer algunas preguntas:
—¿Qué hizo? ¿Cuánto le pagaron? ¿Qué aspecto tenía?
—Pretendió demostrar que tenía poderes telepáticos –repuso el director–, pero hizo una demostración muy pobre. Presentó un montón de juegos cuyos secretos nuestros chicos podían deducir fácilmente, y resultaba evidente que no conocía su oficio, excepto para recoger los veinticinco dólares que habíamos acordado. Su aspecto: un tipo bajito y gordo que no gustó a nadie.
—Bueno –dijo mi amigo el profesional–. Si me hubiera dicho usted que el tipo en cuestión era más bien flaco, que su espectáculo obtuvo un éxito enorme, que les había cobrado quinientos dólares y no veinticinco, y que querían ustedes volverlo a contratar, yo podría asegurar que se trataba del doctor Tarbell, pero sucede que el doctor Tarbell estaba ingresado en un hospital en las fechas en que tuvo lugar la actuación de ese suplantador.
Uno de los problemas a los que se enfrenta un mago de éxito es evitar a esos timadores que se valen del éxito de otro artista para copiar sus juegos, su nombre y sus textos publicitarios. Las circulares de promoción suelen ser plagiadas, sustituyendo el nombre artístico genuino con uno espurio pero dejando intactos los testimonios de los que se hacen copias al pie de la letra. Erige tu éxito alrededor de tu nombre propio, o de un seudónimo adecuado que sea absolutamente distinguible del de los demás. Pocos saben las opiniones de Houdini al respecto, pero una vez dijo a nuestro editor, Ralph Read, que si volviera a empezar, nunca usaría otro nombre que su propio apellido, o sea, Blanco, traducción de su verdadero apellido, Weiss.
Es probable que alguno piense que hemos dedicado demasiado espacio a esa gente odiosa, que son un grupo minoritario dentro del campo de la magia. Pero una manzana podrida puede estropear todo el cesto, y un detractor puede llegar a echar por tierra los contratos de docenas de magos meritorios.<
Probablemente no haya en el mundo mercancías tan baratas y al mismo tiempo tan valiosas como la cortesía, la benevolencia y la consideración, que llevan implícita la recompensa, multiplicada por diez.
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