Bestiario del circo

978-84-89749-52-8
20,00€
Año de Edición: 2006
240 págs.
Encuadernación: rústica
Formato: 21cmx15cm

El circo, como un animal perseguido, se refugia hoy en el único lugar que le queda para vivir: la reserva de nuestra propia imaginación, la capacidad para soñar y enamorarnos que aún nos queda en medio de un mundo cada vez más tecnificado y frío.

El circo, más que un espectáculo, es un modo de entender la vida, un ser vivo en sí mismo, que nos hermana y enlaza con nuestra parte más ancestral, más atávica, aquella en la que aún es posible entenderse con las fieras, o jugar con la muerte en un trapecio, que es el gran cielo de los equilibristas.

Los payasos y los magos, los malabaristas, los caballos, la pista y sus luces, los globos, carromatos, la lona que todo lo cubre y lo ampara, forman el bestiario más amable, el paraíso perdido a cuyo retorno estamos condenados si no queremos terminar siendo simplemente hermanos de las máquinas, o peor aún: sus víctimas.

Pepe Viyuela.
Prólogo de Andrés Aberasturi
Nace la idea
La carpa del circo
La taquilla
Los globos
El jefe de pista
Los perros
El trapecista
La bailarina sobre el caballo
El escapista
El tigre
El malabarista
El forzudo
El hipnotizador
La pulga
El antipodista
El carablanca
El payaso de la nariz
La mujer barbuda
La cebra
La orquesta
La niña de las coletas
El monociclo
El funambulista
Los monos
El lanzador de cuchillos
El trapecio
El león
El mago
La nariz del payaso
El encantador de serpientes
El faquir
La arena de la pista
Los enanos
El confetti
Las focas
La red
El elefante
El mozo de pista
La mano que aplaude
El hombre bala
El caballo
La sombra del trapecio
Los siameses
La cama elástica
El comefuego
El domador
El espejo del payaso
La risa
La contorsionista
El chivo
La pitonisa
El carromato
El vendedor de palomitas
Los zapatones
Una noche de viento
Bendito seas, Pepe José Viyuela, por esto que has escrito, por lo que aún te queda por escribir, por todas las caídas en tantos escenarios, por la silla rebelde, la escalera imposible, la guitarra revoltosa, los silencios que hacen risas, las miradas de silencios. Bendito seas por acordarte del Circo, aquella cosa que a mí me llenaba de tristeza y que aprendí a querer de la mano de Alfredo Marqueríe, que me contaba historias como éstas que ahora tú nos recuerdas al amor de un güisqui seco y una tapa de queso en la vieja redacción del diario "Pueblo".
Bendito sean los mil viyuelas que te habitan, el cómico, el actor, el escritor, el ser humano que se esconde bajo ese cráneo de Filemón que se escapó de la viñeta para arreglar el mundo, para cambiarlo un poco, para hacerlo al menos sonreír.
Bendita sea tu humildad de torpe equilibrista en esta cuerda floja de la vida, porque nos enseñas que tropezarse y caer puede ser maravilloso.
Bendita sea tu ira contenida, desesperante, contra esos elementos que se rebelan y te atrapan en su absurda sencillez -la silla, la escalera, la guitarra- porque esa ira en vez de herir hace cosquillas en el alma.
Bendita sea la expresión de esa ira, ese "joeeeeeeee" largo, lacónico, expresivo, falsamente amenazante, casi dulce de puro solitario, porque ese "joeeeeeee" así, tan solo, tiene más fuerza que un millón de discursos.
Bendito sea el cómico que plantó a la audiencia millonaria por la pequeña sala de teatro tan siempre alternativo.
Bendito sea el amigo que nunca dijo "no" cuando alguien le pedía con urgencia que dibujara una sonrisa a un niño que sufría (los dos sabemos de qué hablo).
Pero bendito sea el autor de este libro, otro Viyuela más o el Viyuela de siempre, que se arranca de pronto por endecasílabos y escribe como temblando las historias de un circo imaginario, y cada historia es una emoción distinta, un poema, un sabor agridulce que se queda flotando entre metáforas bellísimas y se redime siempre porque el autor así lo quiere, así lo ve, así lo siente.
(Quiero decirte, Pepe, que escribes como Dios, que tienes la musicalidad metida en las entrañas y transmites la emoción porque tú la has sentido primero y sabes qué quieres contar y cómo debes contarlo. Me he emocionado al leerlo y, para resumir, me ha pasado contigo lo mismo que pasa con los cinco o seis tipos a los que admiro mucho: que me cabrea que te hayas adelantado, que todo lo que dices y de la misma forma que lo dices, me hubiera gustado decirlo a mí, que te voy a robar metáforas enteras y que ya podrías haber escrito este libro antes, porque me hubieras solucionado muchas noches de sequía en la radio. Pues eso es todo. Que ha sido un placer, escritor, el que me hayas otorgado la oportunidad de bendecirte por escrito y públicamente. En mis adentros, ya eras bendito, amigo).

Andrés Aberasturi.
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