PRÓLOGO
Derek Dingle. Obras completas
Richard Kaufman

Desde mucho antes de trabar amistad con Derek Dingle, conocía su cuantiosa aportación a la magia gracias a ese libro maravilloso que es The Complete Works of Derek Dingle, escrito por Richard Kaufman y publicado originalmente por Kaufman y Greenberg en 1982. Es un inmenso placer saber que a partir de ahora habrá también una edición en español que dará a conocer sus efectos a un público todavía más amplio. En tus manos tienes más de 120 piezas, muchas de las cuales son clásicos modernos.
No obstante, hasta que no vi realmente a Derek actuar para profanos no me di cuenta de que no sólo era un técnico consumado, sino un artista fabuloso. En muchas ocasiones tuve el placer de trabajar con él y a menudo aprovechaba los descansos para verlo actuar. También tuve la gran suerte de que llegamos a ser íntimos amigos. Pasamos muchas veladas tomando copas en su bar favorito, el Ryan's Daughter, o en su apartamento. Con magia de por medio o sin ella, estar con Derek siempre era muy divertido.
Jamás olvidaré el día en que murió. La noche anterior habíamos hablado de las notas de conferencia de la nueva gira que iba a empezar. A la mañana siguiente, estaba acabando uno de los capítulos cuando mi buen amigo Rich Marotta me llamó y me dijo: "Ya no hace falta que termines las notas". Aún siento escalofríos cada vez que recuerdo que lo último que Derek me dijo fue: "¡Esta puta gira me va a matar!".
En parte estoy convencido de que esto no es más que otra de las malditas bromas de Derek, y que un día de estos me va a llamar para soltarme: "¿Te lo habías creído, eh? ¿A que estabas jodido?", antes de empezar a partirse de risa. Aunque en mi fuero interno sé que se ha ido, a Derek le encantaba gastar esa clase de bromas, y te aseguro que no se lo habría pensado dos veces. Por cierto, no voy a disculparme por utilizar tacos en este prólogo. Sería casi imposible citar a Derek sin usarlos. ¡Podría decirse que eran sus palabras favoritas!
Cuando quienes conocimos a Derek nos ponemos a contar anécdotas, siempre terminamos haciéndolo entre lágrimas y risas, recordando la clase de hombre tan maravilloso, alocado, genial, increíble, asombroso (añade aquí todas las palabras similares que se te ocurran) que era. Hay muchos que podrán contarte mejor que yo la historia de su vida. Para mí, él era simplemente uno de mis mejores amigos.
¿Que si tengo recuerdos? Por supuesto; tantos, que no sé por dónde empezar. Como aquel de una vez en que estaba trabajando con él y me encontraba en medio de uno de esos juegos especialmente difíciles en los que estás manteniendo varias separaciones en la baraja a la vez que empalmas una carta y, de repente, oí por detrás de mí: "¡Mira que te dije que dejaras de hacer esos putos juegos automáticos!", seguido de la inevitable risa socarrona. O esa vez en que me engañó con uno de mis propios juegos y, fiel a su estilo, me lo siguió recordando siempre que se me ocurría coger una baraja.
O aquellos días de locura en que estábamos trabajando en un hotel muy pijo y se nos ocurrió pedirnos una copa después de actuar y nos cobraron más de 40 dólares. "¡Ya decía yo que teníamos que haber ido a otro sitio!", me reprochó, aunque, por supuesto, lo de quedarnos en el bar había sido idea suya. Él lo que quería era verme la cara cuando me llegase la cuenta.
O el follón que montamos el día de Navidad del año 2003 intentando encontrar la manera de regar el jamón que estaba asando Shelley, su pareja. Supongo que debió de darle un ataque transitorio de locura para encargarnos la tarea. Creo que mandar un satélite a la luna nos habría resultado más fácil (entre las risas, tardamos diez minutos sólo en desenvolver el jamón). ¡Y probablemente habría salido menos humo! Cuando Shelley nos vio y señaló que estaban saliendo llamas del horno, a Derek no se le ocurrió otra cosa que decir: "¡No nos dirás que el puto jamón no se está asando!". Luego Shelley me dijo que cogiese una bolsa de plástico y lo acompañase al Ryan's Daughter (su abrevadero favorito). Al llegar, pedí una copa y Derek se esfumó. Pasados unos minutos, oigo que me llama desde el sótano del local. Miro, lo veo al final de la escalera y me dice: "Anda, llévale la puta bolsa a Shelley, que pesa demasiado para mí" y me pasa la bolsa llena de hielo que acababa de robar de las neveras del bar. No eran unos pocos hielos. En aquella bolsa no cabía uno más. A nadie pareció importarle. He perdido la cuenta de las veces en que después de uno de estos "momentos Dingle" tan escandalosos, alguien ha zanjado la cuestión con un: "Bah, ya conoces a Derek".
También me acuerdo del tiempo que he pasado tratando de terminar sus juegos de ordenador. A Derek le encantaban los videojuegos de aventuras. Cuando llegaba al final, los metía en una bolsa y me los daba para que me pusiera a jugar con ellos. Aún tengo en mi despacho un montón que no he probado. A cambio, yo le contaba los chistes más verdes y guarros que me sabía. A Derek le encantaba reírse, preferentemente de sus amigos. Te gastaba una de sus bromas pesadas y siempre terminabas perdonándole cuando te lanzaba esa mirada lacónica suya, te respondía en su acento obrero londinense: "¿Qué? ¡A ver si no se te va a poder gastar una puta broma!", te pasaba una copa y soltaba otra risotada. ¡Cómo le gustaba reírse!
Siempre guardaré como un tesoro el ejemplar de sus obras completas que me regaló con esta dedicatoria: "Con todo mi respeto y admiración", pero más aún el recuerdo del momento en que anunció a voces a un grupo de magos ¡que yo había accedido a pagarle su autógrafo con favores sexuales! Ejem.
No sé si he dejado suficientemente claro que Derek fue también uno de los mejores magos de cerca que he conocido nunca. Hay magia, hay magos y, después, en una categoría aparte, estaba Derek Dingle.
Aunque el hombre nos ha dejado, su obra pervive en las páginas de este libro. Si éste es tu primer contacto con Derek, te envidio por el viaje que estás a punto de emprender. No te limites a leer los efectos. ¡Preséntalos! Haz que la magia de Derek siga viva. Citando a Geoff Latta: "Cuando los ojos de tus espectadores hayan vuelto a sus órbitas y se les haya cerrado la boca, sé lo que yo estaré pensando: ¡Joder, pues deberíais habérselo visto hacer a Derek!".
Basta de palabras. ¡Que empiece tu aventura con el maestro!

Simon Lovell